El viernes 3 de febrero, un tren de Norfolk Southern, uno de los grandes operadores ferroviarios de Estados Unidos, descarriló y explotó cerca de la línea que separa Ohio y Pensilvania. Más de 50 vagones, la mitad de la longitud del tren, quedaron destrozados creando un enorme incendio. Y, sin embargo, el problema no es ese. El problema, según la misma Norfolk Southern, es que una quinta parte de los vagones transportaban materiales peligrosos.

«Chernóbil». Pese a la gravedad medioambiental del incidente y que los medios lo cubrieron en el momento, el accidente ha pasado bastante desapercibido. Hasta que el miércoles 8 de febrero un periodista,  Evan Lambert, fue detenido mientras investigaba el alcance de la catástrofe y las dudas legítimas (y las teorías de la conspiración) se adueñaron del asunto. ¿De verdad estamos ante un «Chernóbil químico»? ¿Por qué hay tan poca información sobre el asunto? ¿Qué sabemos sobre lo que ha pasado exactamente en Ohio?

¿Cloruro de vinilo? Aunque no es muy conocido, se trata de una de las sustancias químicas que se utilizan en la fabricación del PVC (que, de hecho, este es una polimerización de aquel). El problema es que, a diferencia de su derivado plástico, el cloruro de vinilo es inflamable, tóxico y cancerígeno (al menos, para el cerebro, los pulmones, la sangre y el hígado). Tener 14 contenedores de esta sustancia al fuego era una bomba de relojería.

El problema es que no había forma de sacarlo de allí. El cloruro de vinilo es un líquido tremendamente volátil y, como rápidamente explicaron los expertos, ni siquiera era seguro pasarlo a otros tanques. Así que las autoridades decidieron quemarlo de forma controlada. Era la única idea viable, pero tenía consecuencias: la más evidente es que iba a producir una nube de humo relativamente tóxico e intensas lluvias ácidas por toda la comarca.

¿Por qué no estamos hablando de esto? La respuesta más obvia es que, en menos de dos días, la National Transportation Safety Board identificó un problema mecánico como el responsable del accidente y la EPA declaró que el daño ambiental era (dentro de la magnitud del incidente) limitado. Esto apagaba la historia del «Chernóbil químico» y la orientaba a algo más corporativo: el relato de cómo la misma Norfolk Southern había ‘hecho lobby‘ para retirar la obligatoriedad de los mecanismos que hubieran impedido el accidente. Exitosamente.

Y ahí entra en juego el contexto.  El accidente coincide con una de las grandes polémicas de los últimos años: el conflicto abierto en los ferrocarriles norteamericanos que, ante la amenaza de una huelga general a finales de 2022, llevó al Congreso a aprobar una ley para impedirla. Es decir, viene a ocurrir en un momento en el que Gobierno, legisladores, empresas y sindicatos mantienen un pulso a todos los niveles que incrementa las sobras sobre la gestión del accidente.

¿Cuál es la dimensión real del problema? Lamentablemente, hoy por hoy, no tenemos muchos más datos que los oficiales y, con estos en la mano, hablar de un «Chernóbil químico» es claramente precipitado. Es cierto que podemos rastrear noticias sobre ganado muerto y casos extraños; pero, por el momento, es material de tabloide y está poco contrastado.

No se puede descartar que los efectos a medio plazo sean enormes, pero (más allá de imágenes espectaculares y testimonios de parte), lo que sabemos es esto: que el accidente ha sido tremendamente espectacular, pero que sus consecuencias están aún por determinar.

Imagen: Flickr

Tomado : xataka.com