El sismo en Siria y Turquía ha evidenciado el doble rasero que Occidente adopta cuando la tragedia afecta a un territorio geoestratégicamente ‘incómodo’.
Tras el sismo en Siria y Turquía que hasta el momento se ha saldado con más de 29 000 muertos y miles de heridos y desaparecidos, se manifiesta el doble rasero que Occidente adopta cuando la tragedia afecta a un territorio geoestratégicamente ‘incómodo’.
Es notorio en los medios de comunicación, como la comunidad internacional ha reaccionado ante la tragedia volcándose, por un lado, y de manera espectacular con Turquía a la hora de enviar personal y equipos para participar en las tareas de rescate de víctimas, contribuyendo con medicamentos, comida, material sanitario y modernos equipos para los trabajos de desescombro, salvamento y atención urgente a los supervivientes.
En cambio, la respuesta de la Comunidad Internacional en el caso de Siria ha sido prácticamente nula porque los EE.UU. mantienen unas brutales sanciones que impiden y bloquean la entrada de ayuda humanitaria y de equipos cuando Organismos Internacionales como las Naciones Unidas y el Comité Internacional de la Cruz Roja solicitan encarecidamente a EE.UU. el levantamiento inmediato de las sanciones para poder atenuar las dramáticas condiciones que atraviesan más de cinco millones de sirios en las áreas del norte de Siria afectadas por el sismo.
Siria que ha visto como los últimos doce años ha tenido que combatir una brutal guerra impuesta por Occidente contra grupos de mercenarios a sueldo de los EE.UU., Israel y monarquías wahabíes del Golfo Pérsico, ha de enfrentar, casi en solitario esta tragedia por la falta de asistencia de la Comunidad Internacional. Tan solo unas dignas excepciones han hecho acto de presencia desde el minuto uno de la tragedia para implicarse de lleno en las tareas humanitarias y han sido países que ya de por sí sufren al igual que Siria de draconianas sanciones lideradas por EE.UU., Rusia, Irán y China que se han volcado violando las sanciones norteamericanas para ayudar al país árabe.
La sumisión de la Unión Europea al socio del norte ha sido tal que ningún país miembro, está participando de las tareas humanitarias en Siria con las más variopintas excusas.
En el caso de España, la ministra de Defensa, Margarita Robles, ha señalado que la situación es complicada “no solo para España, sino para muchos países”, con lo que admite que los EE.UU. bloquean y castigan implícitamente la entrada en territorio sirio a cualquier nación u organismo que desee participar de la ayuda a Siria. Bruselas ha negado que su absoluta falta de implicación se deba a las sanciones norteamericanas y alega que tratándose en de un país que aún sufre una guerra civil, es imposible involucrarse ‘por motivos de seguridad’.
Washington ha señalado que cumplirá con su compromiso de asistencia a Siria, pero que no lo hará vinculando la asistencia con el gobierno de Bashar al-Asad (a quien niegan legitimidad), pero que sí que continuará abasteciendo como lo ha hecho desde hace doce años a los territorios bajo control opositor y a sus Oenegés. A ello se refiere, a los grupos de ‘opositores moderados’ que en realidad pertenecen a las franquicias de Al-Qaeda en Siria, Frente Al-Nusra, rebautizado como Hayat Tahrir Al-Sham (HTS), una suerte de grupos armados yihadistas que Washington lleva apoyando, formando y financiando desde el comienzo de la mal llamada ‘Primavera Árabe’ siria y que solo buscaba un ‘cambio de régimen’ en Siria.
A todo esto no podía faltar el retorno de los ‘Cascos Blancos’, un grupo formado por un exmercenario británico, James Le Mesurier, en el sur de Turquía en 2014 y que servía de correa de transmisión entre los países occidentales donantes y los diferentes grupos de la insurgencia yihadista a los que pertenecían.
Los Cascos Blancos se dieron a conocer como la Defensa Civil Siria, nutrida de voluntarios que solo operan en territorios bajo control rebelde, realizando escenificaciones cinematográficas, donde salvaban a bebés de entre los escombros “tras brutales bombardeos de la aviación siria y la de Rusia”.
Nuevamente, han reaparecido en esta catástrofe, cargando nuevamente a bebés completamente limpios, sin una mota de polvo ni un solo rasguño, tras curiosamente haber pasado, estos, cerca de una semana bajo los escombros.
Esta tragedia está ciertamente mostrando como Occidente, politiza una tragedia y niega la ayuda humanitaria a millones de sirios que atraviesan una situación francamente límite en lo que podemos denominar un castigo colectivo sin precedentes.
Siria es un país productor de petróleo, cuyos yacimientos son explotados por las fuerzas norteamericanas que ocupan ilegalmente un tercio de su territorio, saqueando el 80% de la producción total de crudo, en un país que sufre una crisis energética sin precedentes, y cuya producción de trigo es quemada por las fuerzas estadounidenses para castigar aún más a un país que no se ha querido plegar al mandato de los dictados de Washington.
El pasado 29 de enero, ingresó desde Irak a territorio sirio, un convoy humanitario trasladando decenas de camiones frigoríficos, como método de eludir las sanciones norteamericanas, pero fue brutalmente bombardeado y destruido. Aunque en un principio fue achacado al régimen israelí, finalmente la BBC británica responsabilizó a las fuerzas de los EE.UU. de dicho ataque que representaba el segundo en menos de un mes.
Las sanciones impuestas por los Estados Unidos, el robo de sus recursos naturales y la violación de la soberanía del territorio sirio representan una violación del Derecho Internacional Humanitario y un Crimen de Guerra en toda regla. Y todo mientras la Comunidad Internacional y sus organismos ‘a la carta’, mantienen un vergonzoso a la vez que atronador mutismo.
Por Alberto García Watson